La chica de la pared

No, no soy yo. Yo no tengo esas arrugas, esas canas, esas ojeras. Yo no soy esa. Yo soy joven, con la piel tersa, mejillas sonrosadas, el pelo como si fuera una parte de la selva amazónica.

Deja de mirarme, te he dicho que no, yo no tengo esas formas, esas curvas, ese continuo recordatorio de que la fuerza de la gravedad también me afecta a mí.

Además, todo ese cansancio, yo que soy energía, fuerza, determinación. No soy esa. No hay brillo en esos ojos, no son los míos, los míos arden, se ven desde kilómetros, son determinantes, decisivos, inquietos.

Y de la sonrisa, mejor no hablamos. No está, por eso sé que no soy yo, es imposible, mis labios siempre buscan otros labios, una palabra amable, un gesto de cariño.

Vete, a la gente no le gustan las mujeres feas, las tristes, las que lloran, las que sufren, las que dudan, las que solo lo intentan pero nunca lo consiguen. Las que estamos al otro lado del espejo no somos así.

Sin embargo, como si de Cenicienta se tratara, a las 12, la chica del espejo sale y se mete en mí, solo por un rato, para que llore, para que grite, para que me sienta pequeña y descargue el enorme peso de ser yo, de ser la del otro lado de la pared.

Para todas aquellas personas, que a veces, necesitan simplemente ser imperfectos, por un instante, por una vida.

Nos leemos impares

Fotografía: Pilar Vega

By Impar

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