Con brackets y a lo loco – Capítulo 3: La flamenca del aparato

Han pasado 7 semanas y 5 días desde que comencé mi aventura dental. En mi Capítulo 2, os conté como me fueron los primeros días desde que me colocaron la parte de arriba y ahora os voy a contar qué tal ha sido la parte de abajo y afrontar una feria con mi sonrisa metálica.

Si con la parte de arriba lo pasé regular, con la de abajó flipé en colores cuando me la pusieron hace ya casi un mes. Primero porque ha sido más dolorosa y aún hay pequeños momentos en que me molesta mucho, segundo porque he tenido que aprender a comer de nuevo, de pronto no podía juntar los dientes, no sabía cómo había que masticar y tercero, porque por si todo lo demás no es lo suficiente molesto ahora he empezado a tener sensibilidad en las encías y todo lo que esté o muy frío o muy caliente me da repelús, incluido enjuagarme la boca después del cepillado.

La parte positiva es que estéticamente la boca está un poco más armónica, equilibrada y además cambié las gomas grises por unas blancas y es como si la sonrisa estuviera más luminosa. Otro punto a su favor ha sido que el tener más rellena la parte de abajo, la boca y los labios me encajan mejor y parece, cuando estoy con la boca cerrada, como  si me hubiera hecho un tratamiento de belleza para famosas, pero sin que se note el abuso del botox.

Mentalmente he tenido mis momentos. Al principio, al ver que no podía comer casi de nada, estuve tentada de ir y decirles: “Mira, que me los quitéis, que si mañana me atropella un autobús, prefiero que sea con un buen bocadillo de chorizo dentro”. Pero superados los cuatro primeros días, decidí que iba a ser un poquito más fuerte y menos quejica y aguanté. Justo ahí me fui a Pamplona de viaje de trabajo con dos compañeros franceses, que de español ni papa… pero de comida española sabían más que yo, así que tuvimos que hacer ruta gastronómica y por supuesto no pudo faltar la noche del jamón. Ingenua y prepotente de mí pensé, “el italiano es un exagerado con el tema del jamón, por comer un poco no se va a tejer un nudo de tocino imposible de sacar del bracket”, así que me lancé por el jamón que estaba espectacular, sólo que no fue sólo un poquito  y que mi dentista tenía razón, eso se liaba en los hierros de muy mala manera. Al final de la noche acabé con la lengua destrozada de intentar quitarme los trozos liados y mis compis franceses pensando que era mongui.

Luego llegó la feria, la semana a la que más temía, pero antes os tengo que poner en antecedentes y destacar dos puntos, de los cuales del primero, probablemente ya os habéis percatado: soy muy muy presumida. El segundo es que el vestido de flamenca es el vestido por excelencia, la prenda que mejor le sienta a una mujer. Ni con un vestido de novia, una chica está tan guapa como un buen traje de flamenca, realza cualquier figura, te hace sentir super femenina y a mí me encanta usarlo. Están esos días del mes en que te sientes hinchada y como un globo y esos días del año en los que te sientes la mujer más guapa del mundo.

Obviamente mi miedo era que mi sonrisa me hiciera perder esa sensación y no me gustara a mí misma, pero no, porque resulta que sí que es verdad que el sentirte guapa depende sólo de ti y yo con mis trajes de flamenca estoy para comerme. Tengo que decir, que también influyó en ese sentimiento interior, que encontré a muchas muchas mujeres con brackets y estaban preciosas y también que desde que los llevo, pues es verdad lo que me decían, ligo un montón. Pero no porque el aparato haga mi risa más bonita, que no, si no porque los hombres son tremendamente absurdos y resulta que les da morbo, porque te da aspecto como de adolescente o aniñado y misteriosamente les gusta. Total que ya una vez superado de forma definitiva el miedo estético, disfrute mucho de la feria y desde entonces me siento más segura con mis brackets.

Conclusiones de este mes: sigue siendo incómodo comer con esto puesto, un rollo lavarte tanto los dientes y no se disfruta de la comida igual. El viernes intenté comerme un montaito piripi (no mami, no estaba borrachilla, es que se llama así) y lo tuve que desmontar y partirlo en trozos y obviamente no es lo mismo. Con los serranitos, que tengo antojo de uno desde hace un par de semanas, ni me atrevo. Pero intento centrarme en la parte positiva: pierdo peso, ya me he acostumbrado a no comer entre horas y no me da hambre, parezco más joven y ligo más que si me hubiera puesto tetas. Además, va a ser verdad lo que dice mi hermano que esto da poderes magnéticos, porque no se me riza el pelo desde hace dos meses. He pasado de tener el pelo de María Castro (en versión morena) al de Ariana Grande (en versión treintañera y no cani) sin pasar la fase pelocho, lo cual es estupendo, pelazo igualmente con bajo mantenimiento. No me odiéis, es que la naturaleza es generosa conmigo…

 

 

 

 

 

El miércoles toca cita de nuevo con mi amigo italiano, así que ya os iré contando mis avances.

Nos leemos impares!

By Impar

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